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Exhortemos y animemos a los hermanos en amor
Mateo 7:1 al 5
Antes de ayudar a los hermanos tenemos que reconocer que nuestros esfuerzos, por más sinceros que sean, no son los que van a producir un cambio en la vida de nuestros hermanos.
Claro que nuestros esfuerzos son valiosos y Dios los puede utilizar para producir un cambio.
Así que no nos inquietemos porque no vemos el crecimiento que esperábamos, o vemos actitudes en los hermanos que ya creíamos superadas.
Y nos podemos desanimar porque mantenemos los supuestos que traemos del mundo: mayor esfuerzo, mayores resultados; pero no siempre funciona así cuando se trata de la gente.
En una ocasión vi a una hermana que estaba tratando de discipular a otra en una sola clase de casi dos horas y media cada semana, pensando que así iba a obtener un mejor resultado.
En Primera de Corintios capítulo 3:6–7 dice que el crecimiento lo da Dios.
Si quieres saber cuánto están creciendo los hermanos, ponlos a competir en un deporte. Y si en esa competencia ves esa actitud del padre que deja ganar al hijo, eso significa que vamos avanzando.
Muchas veces nos frustramos porque el hermanito “no agarra dirección” y se nos olvida cómo éramos nosotros. Y pensamos: a ese hermano se le habla, se le abre la Biblia, se le explica con paciencia… y persiste en lo mismo. Y se piensa: pero si él tiene el Espíritu Santo y este consejo bíblico está clarísimo… ¿Cómo es que todavía no agarra la onda?
Ahora, si un creyente que tiene el Espíritu Santo, y a quien le damos Palabra, muchas veces cambia con lentitud… ¿Qué cambio podríamos esperar de alguien sin Cristo? Y aun así, a veces vemos a un incrédulo con mejor actitud que el creyente.
Mira, la mayoría no cambia porque alguien llegue “con cara de sabio” y le recita el versículo apropiado. El cambio solo lo produce Dios.
Filipenses 2:13. Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” Dios produce el deseo y la capacidad de cambiar.
No es nuestra sabiduría, aunque es necesaria y Dios la puede utilizar.
No es nuestra experiencia en la consejería, aunque puede ayudar. Es el Espíritu mismo produciendo el cambio.
1 Tesalonicenses 5:14. También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos. Nos enseña que la paciencia es la actitud obligatoria en todo el proceso.
La Biblia insiste en la paciencia porque no todos los hermanos tienen las mismas necesidades, pero todos requieren paciencia.
¿Usted ha sido paciente, pero no tenía amor? Estaba con apariencia de paciencia, pero sentado en una silla con una carota.
Efesios 4:2 — “Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor.”
Un principio que se conecta directamente con esa paciencia es la repetición paciente con amor. A veces toca repetir el mismo mensaje una y otra vez, pero siempre en amor.
Filipenses 3:1 — “A mí no me es molesto escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro.”
¿Cuántas veces en la Biblia se habla de que tenemos que amar a alguien más que no seamos nosotros mismos?
A veces se repite una y otra vez el mensaje, y alguien pudiera sentir como que está perdiendo el tiempo, pero hay que ser paciente. Tenemos que recordar lo que dicen las Escrituras: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.”
Cuando animamos, exhortamos o enseñamos, vamos a encontrar al menos tres tipos de hermanos:
1. El que no quiere escuchar nada, viene con excusas o intenta darte la vuelta. Tipo rey Saúl: no acepta la corrección, justifica su conducta, se ofende cuando se le dice algo y es muy poco enseñable; como dice la Biblia, es sabio en su propia opinión.
2. El que escucha cuando se le corrige y acepta, como el rey David: “yo he pecado contra Jehová”.
Este hermano escucha la corrección aunque duela, acepta responsabilidad, se quebranta y muchas veces cambia de dirección frente al consejo. Es muy enseñable.
3. Y el que escucha, pero está observando cómo tú actúas, cuál es tu testimonio, para entonces considerar lo que dices y decidir si lo hace. Cuando Nehemías llegó a Jerusalén, el pueblo llevaba años sin obedecer y sin organización. Pero cuando vieron su vida —no solo cómo hablaba— fueron movidos a actuar. Fueron enseñables al ver el ejemplo de sus líderes.
Nehemías 2:17–18 “Les dije… Levantémonos y edifiquemos… Entonces dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien.”
Tito 2:7 — “Presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras.” Tu vida pesa más que tus palabras.
El principio sobre el crecimiento es:
Tú enseñas — Dios transforma.
Tú repites — Dios toca el corazón.
Vivir lo que predicas aumenta tu influencia.
¿Cuántas veces Cristo les repitió a los discípulos que Él iba a morir, y aun así fueron sorprendidos?
Pedro falló tres veces, y Jesús lo restauró tres veces (Juan 21). Esas tres preguntas tenían un propósito desde el punto de vista del aprendizaje y del compromiso.
¿Recuerdas a tu mamá repitiéndote algo varias veces? ¿Cómo recibías o recibes esa repetidera?
Me gusta este pensamiento:
“La primera vez que dices algo, se escucha.
La segunda vez, se reconoce.
Y la tercera vez, se aprende.”
En la Biblia vemos un ejemplo de la paciencia de Bernabé con Marcos.
Al principio no convenció al apóstol Pablo (Hechos 15:36–38), pero años después Marcos le resultó útil. 2 Timoteo 4:11 dice: “Marcos me es útil para el ministerio.”
No veamos a la gente como son ahora… Todos nos encontramos con un “Marcos”: alguien que pensamos que no está avanzando o que no tiene futuro, y que fácilmente podríamos poner a un lado.
